lunes, 31 de agosto de 2009

Solo de Jazz

“Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”
José Luis Borges


Los bajos resonaban en su oído, la melodía del jazz la acompañaba en su caminata. Llevaba los ojos tristes y las gotas se desprendían de su cara, cada siete u ocho pasos se marcaban en la arena alternándose al bajar por sus mejillas, primero por la izquierda y luego la derecha.
Caminaba sola, se detuvo a mirar atrás y no vio a nadie, los roqueríos le tapaban la visión y pensó que los niños que jugaban en la playa se habrían ido ya de vuelta a sus casas, sentía frío y comenzaba a amainar la luz del cielo. Se quedó quieta un segundo y se sentó, se sacó las zapatillas y las sacudió para que cayese la arena que había quedado acumulada al caminar, las dejó a un costado con los calcetines en su interior y se acostó, cerró los ojos y se puso a revolver la arena con sus pies rompiendo la dura cubierta que se formaba en la superficie, le gustaba sentir cuando ya dócil la arena pasaba por entre sus dedos, tal como lo hacía cuando era pequeña con Felipe, y cuando se aburrían de ello se ponían a correr en la orilla del mar persiguiéndose el uno al otro, e intentando no pisar el agua, adentrándose cuando esta se recogía, y corriendo de vuelta cuando volvía la marea. No notó que había parado de llorar…


-Valentina, ven a ayudarme con los platos - escuchó desde adentro. Se paró del sillón y fue a la cocina. – Ten, este llévaselo a tu abuelo- le indicó su madre. Tomó el plato con cuidado y lo llevó a la mesa. En la cabecera se encontraba sus abuelo, tenía un espeso bigote, el pelo cano y los ojos color miel, igual que ella.
-Gracias mi´jita – tomó la cuchara y sorbió fuertemente la sopa. Estiró la mano para tomar el ají, vertió generosamente dos cucharadas sobre el plato, apartó la presa y revolvió el caldo que se tornó rojizo.
-¡Hija, venga! – escuchó de nuevo y caminó a la cocina - ¿Habló a su hermano para que viniera a almorzar? - le preguntó su madre mientras servía otro plato.
-Si mamá, dijo que ya venía – respondió Valentina.
-Bueno, vaya a decirle de nuevo para que estemos todos en la mesa, no me gusta que ande comiendo después sólo, y menos ahora que vino para estar con los abuelos.

Valentina caminó hasta la pieza, se quedó mirando en el espejo, vio reflejadas sus facciones suaves, su pelo claro y sus ojos miel. Debía estar rondando el metro sesenta, sus caderas se habían ensanchado, su cintura disminuido y sus pequeños pechos poco habían cambiado, se tomó el pelo y siguió hacia la pieza.
-Felipe, mi mamá te llama a almorzar – le dijo
-Dile que no tengo hambre – estaba tirado en la cama leyendo una novela de Alberto Blest hasta la interrupción, vestía unos jeans azules y una polera verde.
-Dijo que fueras, para que almorzáramos juntos–. A rezongones Felipe se levantó, se puso las zapatillas y le tiró una almohada a su hermana. – ¡Pipe!- exclamó entre risas, y le devolvió un cojín en la cara.
-Apúrate mejor – dijo ella.

Se sentaron juntos en la mesa. Al frente de ellos estaba su abuela, a lado su madre y en el otro extremo de la mesa y frente a su abuelo, estaba sentado su padre que hablaba de las maravillas que ofrecía el nuevo muelle y como iba a cambiar la vida de los pescadores artesanales. Cuando ya todos terminaron de comer Catalina y su hija comenzaron a levantar los platos para luego servir el postre. Valentina llevó uno a uno los pocillos con duraznos a la mesa, y los fue sirviendo a cada unos de los comensales; ahora la conversación se había desviado hacia la polémica mal utilización de fondos de la municipalidad y como se veía involucrado el alcalde en ello.

Aburrida, Valentina se paró de la mesa, al segundo la siguió su hermano hasta la cocina; ella se puso a quemar cubos de azúcar en la superficie caliente de fierro y luego a lamerlos, era una vieja cocina con el cañón de la chimenea tiznado por el humo; el fuego ardía y calentaba durante toda la mañana el almuerzo, siempre habían ollas con comida del día anterior y una tetera cuya agua hervía constantemente, en la cual, con el tiempo se había acumulado una capa de sarro tan gruesa que había disminuido a menos de la mitad la capacidad de la tetera. Felipe empezó a tirar agua sobre la cocina, como un niño se divertía al ver bailar las gotas sobre la superficie, deslizándose hacia los lados hasta evaporarse completamente. Cuando se cansaron decidieron ir a dar una vuelta.

- Luego vuelven a la casa, nosotros con su papá nos vamos en una hora – les dijo su madre.
- Ya mamá- respondió el mayor

Valentina se acercó a su abuela y le dio un beso en su piel surcada con el paso del tiempo, se despidió de ella hablándole al oído fuertemente, hacía tiempo ya que estaba quedando sorda; de un beso se despidió de su abuelo también, que le guiñó el ojo tras meterle unas monedas en el bolsillo. Tomaron la calle Infante en dirección al río, sobre las tablas de la orilla comenzaron a lanzar piedras al ancho brazo que iba a dar al mar metros más abajo, con una habilidad tremenda Felipe hacía saltar una, dos, tres y cuatro veces las piedras sobre la superficie del agua.


Su mente era una maraña de pensamientos, la noche ya se hacía y lejanas las estrellas comenzaban a brillar como con desprecio a ella, iluminándole la cara, la tornó hacia el suelo, allí no podía verse, no existía reflejo, y otra vez escaparon las lagrimas de la prisión de sus ojos miel como reos al ver una paloma, lágrimas que la arena que la arena absorbía, caían como ella quería que cayese la culpa que la embargaba, el sentimiento que ella misma se imponía, porque no sabía, no sabía si en realidad era su culpa, ni siquiera entendió lo que había pasado.


¿Cómo lo haces? – le preguntó intrigada Valentina
-Tomas la piedra, así de lado – le indico – ahora haces este movimiento con el brazo, desde atrás hacia delante y antes de extender por completo el brazo la sueltas.

La piedra se mantuvo en el aire por casi 15 metros, descendió y se elevó de nuevo suavemente dejando ondas circulares en el agua, así dos veces más hasta que se hundió y no la pudieron ver más. - Ahora yo- tomó una piedra del suelo, y olvidando todo lo que su hermano le había dicho la lanzó contra el agua hundiéndose rápidamente. Intentó otra vez, pero o único que consiguió fue sacarle una sonrisa a Felipe, ella se sonrió resignada. Caminaron por la orilla del río, las tablas crujían, Vale corría por la orilla, se daba vuelta y miraba a su hermano, caminaba de espaldas, se giraba de nuevo. Llegaron a la plaza, el olor dulce de las cabritas impregnaba el lugar, las sombras de los viejos árboles se dibujaban en el suelo y daban refugio a los perros que cansados se tendían en el piso teselado. Un quiltro café, de pelo corto se lamía el dorso con la delgada lengua que salía de su hocico, ritual sólo interrumpido por el incesante sacudir de su pata izquierda para librarse de las pulgas que le fastidiaban.

Reían sentados en la banca, por alrededor de la plaza se extendían varios puestos de artesanía, Valentina había quedado prendada de unos pendientes de nácar azul. Conversaban acerca de lo que se les viniese a la mente, el cielo se tornó gris, casi como si supiera, casi como un presagio. Se miraron a los ojos, una expresión de pena se dibujó en la cara de la joven niña. Se acercó a un costado de Felipe, con su mano le colocó atrás el pelo que le cubría la oreja y le susurró al oído. Quedó mudo, sus pupilas se dilataron, los vellos de sus brazos se extendieron en punta, subió su temperatura corporal y se agilizaron sus reflejos, la presión sanguínea le aumento ostensiblemente, a la par con el ritmo cardiaco. Lo sentía, le golpeaba fuertemente el pecho hasta que se detuvo todo, primero se le entumeció la pierna y luego los brazos, un dolo agudo le punzaba el pecho y un mareo lo hacía tambalear de un lado a otro, veía todo lento, difuso, se concentró en un punto fijo pero no pudo sostener la mirada; cayó, y un hilillo de sangre bajó por la comisura de su boca. – Felipe, felipe, responde, Felipe escúchame. ¡Ayuda!, ¡auxilio! - gritaba desesperada Valentina - ¡llamen a alguien, llamen a una ambulancia!, mi hermano, Felipe, ¡Pipe!

En 5 minutos llegó la ambulancia, la apartaron del lugar, ella yacía en las frías baldosas, muda. Paro cardiorrespiratorio, aún presenta signos vitales, se requiere un traslado pronto, la situación es de extrema... no alcanzó a oír más, la gente se agolpó a ver que sucedía, gritaba y gritaba pero la voz no salía de su interior. No fue un paro no fue, yo se como ayudarle déjenme, fue su reacción, cayo de pronto, no fue mi culpa, no fue consecuencia de ello, fue algo al azar, Felipe…


Se levanto, se secó la cara con la manga, y caminó, caminó hacia delante, hasta perderse, hasta adentrarse donde nunca se había adentrado en todos esos años, la melodía del jazz se esfumó y no oyó nada más que el silencio puro. Respiró, y con ese respiró empezó a vivir de nuevo.


jueves, 27 de agosto de 2009

Patagonia Sin Represas ¡Ni ahora, ni nunca!

Marchas, actos artístico-culturales, mateadas y una diversidad de iniciativas se han organizado para relevar el clamor ciudadano para expresar “que ya no se quieren más proyectos destructivos, que el agua vuelva a las comunidades en su control y su uso, y que se implementen energías limpias ahora”, todo Chile se prepara para el sábado 29 de agosto.

Un llamado de los pescadores artesanales, los empresarios turísticos, los jóvenes y representantes de distintas localidades de la Región de Aysén a sumarse a la Manifestación “Por un Chile sin + Represas” hicieron en Coyhaique las distintas organizaciones convocantes a la actividad que se realizará el sábado 29 de agosto en más de 15 ciudades de gran parte del territorio nacional.

El coordinador en Coyhaique, Alejandro del Pino, explicó que la movilización se relaciona “con la oposición que existe no sólo aca en la región sino en muchas partes de Chile a una serie de proyectos destructivos que se están desarrollando en nuestro país y de los cuales la gente ya está absolutamente en contra”. Explicó que el fundamento de la manifestación es expresar “que ya no se quieren más proyectos destructivos, que el agua vuelva a las comunidades en su control y su uso, y que se implementen energías limpias ahora”.

La iniciativa está siendo convocada por el Consejo de Defensa de la Patagonia y la Agrupación Nacional Jóvenes Tehuelches junto a Codeff y sus grupos focales en distintas localidades de Chile. Hasta el momento se han sumado a la jornada organizaciones en Santiago (Plaza Baquedano a las 11 hrs.), Valparaíso (Plaza Aníbal Pinto a las 15 hrs.), Talca (Plaza La Loba a las 10 hrs.), Curacautín (Plaza Curacautín a las 11 hrs.), Concepción (Plaza España a las 11:00 hrs.), Temuco (Plaza Diego Portales a las 18 hrs), Valdivia (Mirador El Remo a las 11 hrs.), en tanto que en la Región de Aysén se activarán grupos en Coyhaique, Villa O’Higgins, Caleta Tortel, Cochrane, Chile Chico, Villa Cerro Castillo y Bahía Murta.


Fuente: http://www.elciudadano.cl/2009/08/27/mas-de-15-ciudades-se-suman-a-manifestacion-nacional-%E2%80%9Cpor-un-chile-sin-represas%E2%80%9D/


TALCA - PLAZA LA LOBA: 10 HRS

¡Sumense todos, el agua vale mas que oro!


sábado, 22 de agosto de 2009

81 pesos

-Maldita lluvia- grité, miré a mí alrededor, nadie me escuchaba, caminaba solo por un viejo camino.

Nunca he tenido problemas en recorrer los 5 kilómetros hasta el almacén de Don Aurelio Dominguez, pero ahora tenía que soportar este puto diluvio. No exagero, ya van 10 días lloviendo de corrido, el único que se ha salvado del agua es el canario de mi hermana que cuelga en el techo, el perro en cambio ha debido soportar estoicamente el barro en sus patas y la falta de alimento, acostumbrado a comer las sobras del almuerzo ahora hasta los huesos se los pelean en la mesa, es que claro, ahora somos nueve en la casa, el techo de mi tía no aguantó las ráfagas de viento y voló como una pluma por el aire hasta perderse en los cerro, todo había quedado inundado y un riachuelo corría escaleras abajo, ordenó a sus 4 hijos que tomaron la poco ropa que pudieron salvar y llegaron a instalarse indefinidamente en el living de la casa.

El agua se colaba en mis zapatos, los calcetines me estilaban y los pies me reclamaban por un descanso; si apuro el tranco llegaré más luego, pensé. Me puse a correr por el lado izquierdo del camino, era mucho más firme ya que por ahí transitaban las yuntas de bueyes y las carretas que llevaban el pan, la leche y el azúcar a la casa; además de un aguardiente de contrabando que llevaba el carretero y con el que se hacía unos pesos extra.

Me demoré sólo 10 minutos en recorrer el trecho que me quedaba, golpeé la puerta y me puse a escuchar los pasos de Don Aurelio, a sus 164 años era el único fundador vivo que quedaba del pueblo, y probablemente iba a seguir en esa condición por mucho tiempo, pues gozaba de la salud de un quinceañero, -no, me han logrado matar la mar, la peste del 85` ni 3 mujeres- decía campante cuando le preguntaban por su salud. Orgulloso revelaba su secreto, un vaso de vino tinto con harina tostada todas las mañanas y sexo una vez a la semana.

Me abrió la puerta y me saludó, le respondí con una sonrisa. Como casi todas las construcciones sufría de goteras. Su local se mantenía igual con los años, la estantería tras la cual siempre atendía, el perro de yeso a lado de la puerta, la pizarrita con los precios de cada cosa anotados con tiza y letra imprenta, y atrás, los imponentes muebles de roble que le otorgaban un toque elegante. En la caja estaba Ignacia de mi misma edad, era la tataranieta de Don Aurelio Domínguez; su pelo terso caía poco mas abajo de sus hombros, su tez morena resaltaba las facciones de su cara y sus ojos, esos ojos profundos que me encantaban. La saludé con un hola, me respondió y siguió ordenando unos recibos

-Don Aurelio, sabe que necesito varias cosas- le dije y me acerqué esquivando los tarros que recibían el incesante goteo que caía del techo.
-Dígame, a ver si tengo, sabe que me quedan pocos productos. Con este tiempo no he podido viajar a la capital.
- Veamos- miré la lista y empecé a enumerar lentamente todo lo que me había encargado mientras Don Aurelio sacaba los productos de los estantes – huevos, mantequilla, aceite, arroz, queso, 2 botellas de vino tinto y una de blanco, una bolsita de mate, 2 kilos de porotos, y carbón.
- Mmm, tengo casi todo lo que me pidió joven, lo que si no me quedan huevos – y me indicó con la cabeza la estantería donde siempre los guardaba – Aunque si quiere puedo ir a ver a la bodega.
- No se preocupe, así está bien.

Tomé el saco que guardaba en el bolsillo, y una a una eché las cosas que reposaban en el mueble dentro de este. Sin darme cuenta estaba mirando otra vez a Ignacia

-¿Algo más, joven? – me preguntó sacándome de mi sosiego.
- No – le respondí. Justo en ese momento me acordé que antes de salir mi madre me había pasado un papel, comencé a escrutinar en mis bolsillos. No estaba en los pantalones, ni la camisa, hasta que la encontré en uno de los tantos bolsillo de mi chaqueta. La desdoblé y comencé a leer.

Sopaipillas con chancaca
Para las sopaipillas
- 2 kg. de harina
- 2 tazas de zapallo cocido
- ¼ kg. de manteca derretida
- Sal a gusto
- Para freír Manteca de cerdo o un litro de aceite

Para la salsa
- 1 pan de chancaca
- Maicena
- 1 palito de canela
- Cáscara de naranja
- Tres tazas de agua


Preparación
Vaciar la harina en la mesa, juntarla y en el medio dejar una abertura, en ella debe verter la manteca derretida. Tras pasar el zapallo por el colador agréguelo a la harina, mezcle…


- Sí don Aurelio, sabe que necesito un par de cosas más
- No ve que le digo yo. Dígame que le falta
- Emmm…, 2 kilos de harina, manteca, un pan de chancaca, maicena y canela – dudé un momento en el zapallo, creía haber visto uno en la mañana junto a la puerta pero no estaba seguro, confié, de todos modos, ya era mucha la carga que tenía que llevar hasta la casa.
- Maicena no me queda – se detuvo un segundo, se agachó, sacó algo y me dijo – pero tome, dígale a la Señora Francisca que le ponga estas hojitas y van a hacer lo mismo, cuidado eso si que las muela bien. Y no se preocupe que no se las cobro.

Tomé las hojas, las envolví en la receta y las guardé en el bolsillo junto a una navaja, le di las gracias al caballero y eché las cosas restantes. Tomé 81 pesos del pantalón y se los fui a entregar a Ignacia que estaba en la caja, me sonrió y quedé como embobado. La próxima vez la invito a salir, la próxima vez la invito a salir, me repetía a mi mismo y reprendía mi falta de decisión.

- Cuídate mucho por el camino, mira que la lluvia parece no va a parar – me dijo desde atrás del recio mueble.

No atiné a nada, con su sola voz me quebraba. “Que estés bien, cuídate igual, te quiero” le quería decir pero las palabras no me salían, tan sólo acerté a darle un temblorosa sonrisa. Agarré el saco con la mano derecha y salí, la lluvia era ahora un manso rocío que caía suavemente y me empapaba los labios.

Llegué a la casa, afuera estaba mi padre cortando leña, dejé las cosas junto a la puerta, ahí estaba el zapallo, me saqué los zapatos, un hilillo de agua corrió hacia el suelo. El perro, mojado, llegó a saludarme moviendo graciosamente la cola, desprendí un trozo de queso y se lo puse frente al hocico, no demoró nada en engullirlo. Entré a la casa, mis primos pequeños correteaban por la cocina y mi hermana tejía una bufanda recostada en el sillón, Josefina, mi prima la miraba, Manuel, el mayor de mis primos, de doce, jugaba con sus manos dentro del brasero y tomaba los carbones ardiendo sin presentar la menor quemadura. Mi madre me recibió con un beso

- ¿Trajo de todo lo que le pedí? – me preguntó mi madre.
- Casi todo, el vino, la mantequilla, el arroz, el aceite. Huevos ni maicena tenía.
- Bueno, nos las arreglaremos.
- Pero me dio unas hojitas, que al parecer sirven igual que la maicena- metí la mano en el bolsillo, desenvolví las hojas y se las pasé, pero dentro no estaba mi navaja. ¡Mi navaja!, el único recuerdo de mi abuelo, ¿donde está? Estoy seguro que andaba con ella, ¿si?, quizás la dejé en otro lado. No se, la buscaré luego.
- ¿Qué será? No conocía esta planta – las observó y acercó a su nariz- me huele familiar.

Fui a la cama de mis padres, la mía ahora la utilizaba mi tía, me saqué la chaqueta, el suéter y los pantalones mojados, los tiré sobre la silla y me recosté. Que extrañas figuras se forman en el techo, seguro vi una cara, ¿no era?, quizás pienso mucho en Ignacia, debería decirle de una vez ¿Y si me rechaza? La vida es bonita así, no me puedo quejar, pero me falta algo, no sé ella. Y si…

Desperté con frío, solo me cubría la camisa desabotonada y los calzoncillos, habían pasado casi 4 horas, probablemente ya habían almorzado. Fui a la cocina y mi tía con mi mamá hacían sopaipillas, me acerqué a la cocina a calentarme, en la olla de a poco se disolvía el pan de chancaca y el agua se tornaba cada vez más oscura. Le dije a mi madre que moliese bien las hojas, tal como me había dicho Don Aurelio. Al echarlas sobre la chancaca un humo azul salió por un instante sobre la mezcla, ni mi madre ni nadie pareció notarlo, salvo yo. Mi tía fue sumergiendo luego, una a una las sopaipillas en ese caldo suave y espeso.
Eduardo, vístete y ven a tomar once- dijo mi madre, aún andaba yo en calzoncillos y camisa

Las sopaipillas estaban listas, en una fuente aquellas que no habían sido pasadas, y en la olla aún y sobre un tabla, estaban esas masas dulces, acarameladas, con un olor a azúcar quemada y un dejo a naranja y canela, aún calientes, amontonadas, flotando una al lado de la otra.

- Deliciosas madre- dije satisfecho
- Si tía, están ricas – al unísono se pronunciaron mis primos.

Algo distinto tenían, era el mismo dulzor, el mismo sabor, pero había algo que no podía identificar. Me serví otra más, tenía un trozo de hoja pegada en el lado superior; iba en la mitad y paré a buscar un vaso de agua, cuando volví Manuel se reía, claro se había terminado de comer mi plato. Bebí el vaso de agua, di las gracias y me paré.

- Creo que me iré a acostar – me sentía cansado, un poco agotado.

Preferí irme a acostar, tomé un par de frazadas y me recosté en el sillón. Soñé, era Ignacia de nuevo, se me acercaba, estaba tan cerca de su cara que veía como una gota se deslizaba por la curva de su respingada nariz, su pelo caía, sentía su cintura, la sentía tan real y acerqué mi cara a la de ella, y el abismo, caí repentinamente y de pronto desperté.

Mi tía se movía desesperada, mi hermana lloraba y mi padre discutía con mi madre. Manuel desapareció alcancé a escuchar.
-¿Qué? – ¿como era posible? ¿Manuel desaparecido? Claro, no estaba, no podría haber salido tampoco de la casa, mi padre habituaba a dejar todas las puertas con llave, estaba toda su ropa, sus pertenencias. Pero de Manuel, no había rastros. No podría haber ido a ningún lado, revisamos toda la casa.
Y me acordé, la hoja en mi plato, ayer en la once. Rápido fui a buscar mi chaqueta, mi navaja no estaba, y encontré el papel donde guardé las hojas que Don Aurelio me regaló.

“Tras pasar el zapallo por el colador agréguelo a la harina, mezcle y amase hasta que la masa tome consistencia. Usleree, y corte en círculos, sumerja las sopaipillas en el aceite o manteca hirviendo. Retire cuando estén listas.
En una olla aparte ponga a calentar el agua, disuelva la chancaca y hierva a fuego lento, agregue la maicena para que tome consistencia. Agregue canela y cáscara de naranja a gusto. Una vez hecho esto, sumerja las sopaipillas. Sirva caliente”

Era la receta donde estaban los ingredientes que mi madre me pasó, pero sólo había una parte de ella, lo demás se había desvanecido. Don Aurelio había dicho que se debían moler bien las hojas, eso era, Manuel se había comido mi plato ayer; eso también podía explicar la desaparición de tantos años de la Señora Domínguez, tanto que se hablo de ello.

- ¿Me pasará lo mismo? Yo no quiero desaparecer, no, no puedo desaparecer, alguien tiene que querer a Ignacia, alguien debe amar a Ignacia.